jueves, 19 de abril de 2012

El viejo artista feliz que fue mi abuelo




























Pocas veces me pongo a pensar en mis abuelos, y hoy sin razón alguna lo hice. Siempre, en todo lo que he hecho en mi vida, me he preguntado, si de verdad es lo que quiero hacer. Me hice esa pregunta al estudiar, al pasar por la universidad, e incluso ahora trabajando.

Pienso, si la motivación que siento para hacer las cosas que hago, es de verdad pasión y felicidad, o simplemente rutina; si es pararme cada día a hacer algo que sé que hago bien, y que eso sea todo. Hoy recordé a mis abuelos, en especial a mi abuelo por el lado materno.

Mis abuelos fueron hombres que lucharon duro por sacar adelante a sus familias; y ambos lo lograron, con menor o mayor éxito, pero lo hicieron. No vengo de familias millonarias, y portentosas, sino de familias en las que la mística del trabajo ha sido lo que las ha llevado a crecer.

Todos dicen que me parezco mucho en carácter y forma de ser a mi abuelo materno. Él fue un reconocido pintor, escultor, ebanista, y fue uno de los pioneros en la fotografía profesional en mi ciudad natal. Mi madre decía que ambos teníamos un gran problema: Muy soñadores, con grandes ideas, que nunca concluíamos, y dejábamos a la mitad.

Mi abuelo, Don Luis, como le decíamos, fue un hombre pequeño de estatura y muy bromista, con el que poco tuve la oportunidad de compartir. Puede que el disfrutara más de mi presencia en este mundo, que yo la de él; ya que murió cuando yo era un niño pequeño. Sin embargo, conmigo nació una pasión por el dibujo y las artes, que sin que él me la inculcara, estaba ahí.

En una familia donde las pasiones van desde la medicina, la ingeniería y las finanzas; yo siempre me apasioné por una hoja en blanco, un lápiz y una caja de lápices de colores. Mi abuelo nació en un hogar netamente campesino; de hombres recios, fuertes y trabajadores del campo; pero él era pequeño, de manos suaves y regordetas, artista, sensible.

Cuando murió, muchas de sus cosas quedaron en casa de mi abuela; y ya después de muchos años, quise buscar entre sus cosas, algo que me hablara de él, ya que quería conocerlo mejor. No me imaginé que lo que encontraría serían cosas que me relacionaran tanto con él: Un viejo libro, pero con vivos colores, de la obra de Leonardo Da Vinci, y otro de Joan Miró, dos de mis artistas favoritos.

Buscando más, encontré cosas que le gustaban y también a mi, como los sombreros, la ciencia ficción, las viejas películas y la música clásica. Una de sus actividades favoritas, y lo recuerdo muy bien, era sentarse en la mitad de la sala, con los ojos cerrados, y disfrutar de un disco de música de cámara, y su equipo de sonido con cuatro gigantescas cornetas de alta fidelidad.

Lástima que no pude compartir y aprender más de él, lástima que no pude ver sus manos envejecer como las de la foto; sin embargo, me da gusto saber que fue un hombre que a pesar de ser tan diferente a su entorno, disfrutó de su vida, y que salió adelante, haciendo lo que más le gustaba: arte; y no simplemente por destacarse, sino porque lo llenaba y lo hacía feliz.

A veces es difícil no sentir dudas de que lo que hacemos para vivir, sea de verdad o no nuestra pasión. Creo que eso lo sabremos, cuando estemos viejos, y podamos sentarnos en nuestras salas, apaciblemente escuchando un disco de música clásica en nuestros equipos de sonido.

Hasta entonces, debemos seguir viviendo... o acostumbrándonos a la vida.

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